También mi tiempo acusa. Se agitan resortes oxidados   de lloviznas de sal. Transpiran su acorde sobre el humo azul que acerca nuestros   labios, hasta enredarlos en la esquina transparente de la nada.
             
             Es dulce saberte, sentirte sin reparos aunque   entornes la voz detrás de parapetos espías de mis huellas, que se inclina   desnuda sobre la piel de la tardanza. Un lamento de lejanías confunde el vuelo del gorrión   malherido. Rompe su trino la claridad de lo   supuesto: 
           
          No   pidas imposibles
              nunca podré   dañarte
                    no es parte de  mi esencia
           
          aunque   escupa razones
              que no confesarás
                  ni abrirás tus   comarcas
                        a la hora del susurro. 
          
               
          Duerme aún la duda tras los párpados: ¿podrás mirar de frente   hacia tu espejo?  ¿te quitarás la máscara de arcilla?  Puedo estallar como piñata herida, abofetearte por rematar los   sueños, pero...  
           
         
          
           
            
             
              no me pidas 
             
            
           
           
                que ahogue nuestros   besos
                    pervertidos de   insomnios
                        que van dejando   estelas
            
               no me incites
    a despertarte los sentidos 
        sobre la alfombra
                        que le robé a las nubes.
              
             No   provoques a mis labios;
             que temo a las   palabras.
             
            
           
          
           Ya no hay sospechas grises.
           
          
           Estamos a dos pasos del abismo
           
           
          del grito mudo
              que asola   latitudes
                  aguardando al   eco.
           
         
          
            
             
              (Dos seres azorados sin respuestas
              que se debaten en nostalgias
              al   mirar cabeza abajo
              desde el puente a media   luz)
            
          
         
         
          Hemos tendido un edredón de pétalos por   recuperar el calor que nos negamos. Arañamos a las sombras para espantar fantasmas. Ignoramos a la memoria  por no dejar pendiente el rito    
           
           que nos llama,
                     que hipnotiza, 
                          que nos traga,
                              que explota  
                                
          hasta arrojarnos al espacio en espiral, por donde se abre el cielo y nos   obliga a mirarnos al fondo de las lágrimas.  
          Ya no puedo distraer a la garganta que sucumbe a tus   anzuelos de espuma más allá de la orilla, esperando zambullirse en esos brazos   que, extendidos, imploran desde su cauce de   tinieblas.
          
         
           
         Un aullido cruza la   noche
          hasta partirla.
           
          El duende alborotado
          me camina la   piel
         
         
         del ombligo al tobillo
                 de pezón a pezón
                de la   nuca a la pelvis
         
  
          Desde la   súplica
         me tocas el deseo
          desde la huída, acaricio
         tu   vértigo. 
          
         
          
            
             
              (Llegan las barcas del exilio que saludan
              al arrojar el alimento deshojado; 
              
               sin saber 
               
                que siempre  
                
                      olvidan los   relojes)